domingo, 15 de marzo de 2009

EL LIMITE DE LA INTIMIDAD


Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su manantial hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.

CARTAS A UN JOVEN POETA
Rainer Maria Rilke

El otro día, con Fernando y Ana en Barcelona, hablábamos de esta suerte de intimidad colectiva que las redes sociales han propiciado. Parece que no interactuamos con el otro hasta que no entramos en su página de Facebook y comentamos públicamente algo que, en muchos casos, pertenece al ámbito de lo privado, o incluso de lo íntimo.

En cierto modo es una continuación de la telerealidad que hace unos 10 años demolió el grueso muro que separaba nuestro pequeño mundo personal de la esfera pública mostrada en televisión. Lo que caracterizaba a esos sujetos cuyas intimidades veíamos en directo es que podían ser nuestros vecinos o incluso cualquiera de nosotros. Sólo faltaba el canal que lo hiciera posible.

Lo sorprendente, como apunta David Campany en el texto que acompaña a las fotografías de Rinko Kawauchi en el último Ojo de Pez (nº.16), es lo parecida que resulta la individualidad de cada uno al visitar las páginas de Facebook o Myspace.


Probablemente muchas de esas vidas que resultan banales, podrían acabar convirtiendose en una historia interesante en manos de un buen narrador. Lo que falla, en mi opinión, no es el canal, sino el uso que de él se hace.

Adentrarte en las profundidas de tu mundo, cavar más hondo hasta encontrarte a solas con tus fantasmas, preguntarte en cada momento si esa vida que te has inventado es la vida que realmente quieres vivir. Creo que yo desearía encontrame con algo que tiene que ver con esta naturaleza de cosas si decido interesarme por la intimidad de alguien a quien no conozco. O al menos con algo que hubiera podido surgir de este tipo de preguntas.


Hoy hablabamos Lucía y yo de la omnipresencia de ese intimismo en la fotografía actual. Algo que se hizo popular en los 70/80 con gente como Nan Goldin, Larry Clark o con el Robert Frank de The Lines of my Hand.


Para mi, la cuestión de la intimidad, llevada más allá de la frontera de lo público, es algo que tiene que ver con la identificación y la experiencia compartida. Una especie de pregunta sin respuesta que busca una cierta complicidad por parte del que la recibe. El mero hecho de airear asuntos personales en un canal masivo no es un fin en si mismo. A nadie le importa lo que a mi me ocurra. Se trata de superar este pudor inicial para mostrar una particularidad que al final resulta ser algo universal, o al menos grupal, desde el momento en que alguien percibe que lo que uno cuenta le resulta familiar e íntimo.


Al final, en lo que a la obra fotográfica se refiere, para mi es una cuestión de olfato. Simplemente hay cosas que me golpean, que las creo de inmediato y las asumo intuyendo que podrían haber sido mias, de mi mundo. Y hay otras propuestas que al agitarlas un poco, revelan la débil inconsistencia de las cosas que están huecas. Una vez más, la cuestión de la impostura y la honestidad.


[Fotografías del libro The Day to Day Life of Albert Hastings, de KayLynn Deveney ]